El erotismo… Un tema tan
atractivo como tabú en muchas épocas o ámbitos de la Historia, quizás el arma
más eficaz inventada por el hombre.
Podríamos definirlo de muchas
maneras y con citas de muchas ‘bocas’, pero centrémonos por ahora en la visión
personal de la que escribe estas palabras, quien lo ve como algo tan sutil…
Ocho letras que connotan y denotan todo lo relacionado con la sexualidad. Una
sexualidad abierta a muchos campos donde lo percibido por nuestros sentidos nos
atrae , exalta y excita, nos mueve algo en nuestro interior, ya sea con una de
las fotografías del estadounidense
Robert Mapplethorpe (célebre por
sus fotografías blanco y negro de gran formato, especialmente flores y desnudos
tanto masculinos como femeninos), o con unos versos de una poema de Luis
Alberto de Cuenca, o con la roja
manzana que mordió Blancanieves llevándola a un sueño profundo.
Retrocediendo
al origen etimológico de esta palabra, “erotismo”
es una palabra formada a partir del griego ἔρως
(érōs) con que se designaba al amor, no fraternal sino
apasionado junto con el deseo
sensual. Este sentimiento
era personificado con la figura del dios griego Eros (Cupido en la cultura
romana), que disparaba a diestro y siniestro flechas no solo de amor sino
también de odio. Éste, niño juguetón y rechoncho, influye y deja su huella
claramente en la poesía,
en el cine, en la pintura y demás ámbitos artísticos desde los comienzos del
mito hasta la actualidad.
El erotismo es claramente un
fenómeno humano, pues en el mundo animal, hoy por hoy sabido, sólo se mueven
por instinto. El escritor y
ensayista francés George Bataille nos dice: “La mera actividad sexual es
diferente del erotismo; la primera se da en la vida animal , y tan sólo la vida
humana muestra una actividad que determina, tal vez, un ‘aspecto diabólico’ al
cual conviene la denominación de erotismo [...] Aquellos que tan frecuentemente
se representaron a sí mismos en estado de erección sobre las paredes de una
caverna no se diferenciaban únicamente de los animales a causa del deseo que de
esta manera estaba asociado -en principio- a la esencia de su ser. Lo que
sabemos de ellos nos permite afirmar que sabían -cosa que los animales
ignoraban- que morirían.” Para él el saber que moriremos nos lleva la búsqueda
inquieta de la belleza con la ansiedad de quien la ha conocido y es conciente
de su fugacidad, donde el erotismo se impone como ejercicio de la voluntad para
prolongar el placer que nos causa e ir en contra de la muerte.
Llevado al extremo, en la
definición de Bataille, una sexualidad verdaderamente erótica sería una
sexualidad sin fines reproductores, diferenciándose del mundo animal, donde
estará abolida o no será su fin, sino al contrario, destinada a la mera llamada
de la naturaleza.
Son muchos los géneros del arte
donde el erotismo pisa con fuerza, pero bien es cierto que en todo momento de
la Historia y en casi la mayoría de los artistas el erotismo se ha adueñado de
sus obras. No sólo en las esculturas de mármol y bronce de la Antigua Roma, o
en las pinturas de la India o Japón, sino hasta en las representaciones
religiosas del mundo cristiano (en contra de lo popularmente creído), como
en la "María Magdalena en la
cueva" (de Jules Joseph Lefebvre), ya que resulta muy difícil separar el
placer “espiritual” del meramente “físico”. En el Catolicismo, los textos místicos de San
Juan de la Cruz incluyen una retórica que rebosa de erotismo
dirigido a la deidad. En otras religiones, por otra parte, existía una prostitución sagrada que llegó hasta
la Grecia Clásica. Tampoco puede
dejar de mencionarse al popular libro del Kama Sutra, una exaltación a la
sexualidad perteneciente al hinduismo,
o Las mil y una noches, tan
popularmente conocido . Que tanto inspiraron al erótico Marqués de Sade.
Ese erotismo nos conmueve, nos
provoca un deseo, el anhelo de conseguir ese misterio que nos provoca esa
excitación. Como el personaje Humbert con su deseada Dolores Haze, la
adolescente perturbadora “Lolita” (película basada en libro homónimo de Vladimir
Nabokov, dirigida por Adrian Lyne, y que ya había sido llevada al cine
anteriormente por Stanley
Kubrick).
En la mayoría de casos, cuando
algo nos emociona lo relacionamos con aspecto sexual asociándolo con un
orgasmo, a esa pequeña muerte placentera que nos producen los objetos que nos
exaltan. Algo que, a pesar de ser efímero, siempre intentamos recordar, como el
cuadro o fotografía (No huir de tan dulce deseo -Alceo de Mitilene- Carmen
Marí) que no dejamos de ver sin descanso, o ese párrafo que mil y una veces
releemos del cartagenero José
María Álvarez en su novela erótica La Esclava
Instruida: ‘Como el talento, tú
tampoco tenías explicación. Como el arte, ni venías de ninguna parte ni ibas a
parte alguna. Salías sola, como la luna.’
Todos estos objetos eróticos
tienen que tener la condición de tales y por ello deben seducirnos, conmover
nuestros sentidos, exaltarnos, excitarnos y así atraernos, como se dijo
anteriormente, no importa como sean, sino que provoquen esa sensación en
nuestro ser, da igual que sea una prenda de ropa o una rama de árbol con forma
fálica, o esa onza de chocolate negro que muchos definen como sustituto del
sexo.
Muchas veces el no poder alcanzar
ese objeto y poseerlo hace más excitante el erotismo, teniendo así un pequeño
carácter trágico, donde la risa suele hacer que el erotismo desaparezca.
Alejándonos del carácter cómico,
Denis de Rougemont escribió su célebre tratado del ‘Amor y Occidente’ donde se centra básicamente en
los idilios amorosos de Tristán e Iseo, amor que, al contrario de la filosofía
platónica, se encuentra pleno de pasión y, por lo tanto, de su fragilidad. A su
vez, en poemas de Espronceda encontramos muestras de su narcisismo
esproncediano donde define se la libertad
como un requisito para alcanzar la felicidad y objeto amado.

Durante la denominada “revolución
sexual” surgieron estudios donde se pretendía separar el erotismo de la
pornografía con distinciones académicas, ya que el erotismo posee una semántica
más limpia con finas representaciones, y donde no es necesario un desnudo (a
diferencia del porno) para que algo resulte erótico.
Etimológicamente hablando,
pornografía significa ‘descripción escrita de la pornografía’. La porné en griego era la prostituta y la grafía el relato escrito. Por lo que es
toda representación escrita, visual o auditiva de personas, objetos o símbolos
con los que explícitamente se intenta provocar la satisfacción únicamente
sexual, una provocación directa, sin tono dramático o romántico. La pornografía
se refiere más bien a la descripción gráfica de lo sexual centrada en la
genitalidad cruda. Aunque es cierto que habrá personas a las que lo
pornográfico les resulte bello y erótico; sin embargo, en mi gusto personal,
una cadera de mujer y su caída de espalda (como “El violín de Ingres” Man Ray)
resulta mucho más erótico que un Nacho
Vidal sometiendo a Lucía
Lapiedra.
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